Los Desiertos del Cristiano – Apóstol Dr. Othoniel Ríos Paredes
Mat 23:37 ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!
Mat 23:38 He aquí vuestra casa os es dejada desierta.
Mat 23:39 Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor.
Cuando atravesamos un desierto –una crisis nacional, eclesial, familiar, o personal– solemos pensar que todo se trata de un ataque del enemigo, algo que no debería suceder y que no deberíamos aceptar.
Sin embargo, el peregrinaje de Israel después de su liberación de Egipto nos recuerda que los desiertos no son solo cuestiones del destino, temporadas de “mala suerte”, o artimañas diabólicas. Ellos pueden ser lugares de transformación usados por Dios para nuestro bien.
Los desiertos son más frecuentes de lo que imaginamos. ¿Se ha sentido desanimado? ¿Considera que no vale la pena seguir orando? ¿Ir a la iglesia ya no tiene sentido para usted? ¿Ha pensado que el cristianismo es una mera forma de expresar una bondad y amor que no se viven? ¿Considera que quienes le rodean son un hato de hipócritas? Si sus respuestas son afirmativas como mínimo para dos de los anteriores interrogantes, lo más probable es que está atravesando por un prolongado desierto espiritual y emocional.
La Biblia dice que Dios convierte los desiertos en manantiales. “Vuelve el desierto en estanques de aguas, y la tierra seca, en manantiales” (Salmo 107:35). Dios transforma las crisis que atravesamos.
Dios permite los desiertos con dos propósitos, para que aprendamos a depender y a confiar plenamente en Él, pero también para quitar nuestra rebelión y arrogancia. La rebelión es desobediencia a Dios, a su Pacto y a sus principios o leyes, pero sobretodo falta de sumisión.
Pero sucede que si queremos la tierra prometida debemos entregar todo, porque así lo demanda Dios. No te quedes en el desierto, analiza cuál es tu situación. Analiza qué es lo que no te deja avanzar y simplemente y con humildad, entrégaselo a Dios. Él quiere llevarte a la tierra prometida, pero solo tú decides cuándo avanzar.