Cuando tenía dieciséis años, el pastor me dio mi primera oportunidad para predicar en una reunión pública. Recuerdo que estaba muy nervioso porque no sabía de qué hablar. Entonces recordé una historia que alguna vez había oído siendo niño y me había sorprendido. Fue la primera historia bíblica que aprendí y fue el tema de mi primer sermón: Noemí y las migajas de la cosecha.
En su primer capítulo el libro de Rut nos relata el incidente. La familia de Noemí parecía tenerlo todo para ser feliz, sin embargo una hambruna inesperada los sorprende en su propia tierra. La Biblia dice que la familia tomó una decisión radical: se mudaron a las tierras de Moab para sobrevivir al hambre. Las escrituras no nos arrojan demasiada luz en cuanto a los detalles de lo que ocurrió a partir de la mudanza, pero lo cierto es que inesperadamente, en tierras ajenas, Noemí pierde a su esposo y a sus dos hijos, «quedando así la mujer desamparada de sus dos hijos y de su marido» (Rut 1.5). En apenas cinco versículos la Biblia nos expone una tragedia; una buena familia que se desintegra injustamente. Pero aún hay algo más sorprendente. La mujer se entera de que Dios había visitado la tierra de la cual había emigrado junto a su familia, «porque oyó en el campo de Moab que Jehová había visitado a su pueblo para darles pan» (Rut 1.6).
Quiero que trates de identificarte con la historia. Al igual que Noemí estás esperando el cumplimiento de una promesa en tu desarrollo silencioso, en tu carpintería personal. Sabes que en cualquier momento Dios puede elevarte a la plenitud de tu ministerio, pero te estás poniendo nervioso. «No debería tardarse tanto», dices un tanto ansioso. Sabes que tienes que permanecer siendo fiel en las cosas pequeñas y aparentemente intranscendentales, pero el «hambre ministerial» se está haciendo sentir. Desearías hacer algo más que estar en silencio, pero solo tienes una visión que tienes que cuidar.
Ya no abundan las palabras proféticas, ni las proposiciones ministeriales, ni las sensaciones místicas, solo estás soportando esa aparente «hambruna espiritual». Hasta que te hartas de la carpintería y decides moverte; te mudas. Alguien te susurra que hay un lugar donde «se come bien»; un sitio donde puedes recibir tu certificado sin rendir el examen. La oferta parece tentadora. Puedes sortear la materia de la espera. Una iglesia donde sí valoren tus dones; otra organización donde no tengas que ir a un seminario para ser pastor; una congregación donde agradezcan tus esfuerzos; un lugar donde puedas desarrollarte como líder. Parece una buena decisión, pero los resultados son patéticos.
Noemí lo pierde todo por haberse movido de su lugar. Ahora no tiene esposo, ni hijos, solo dos nueras de las cuales una sola le será fiel.
La Ley de Dios estipulaba que al recoger la cosecha las familias no debían segar a fondo, a fin de dejar un poco para las viudas y los huérfanos. Así que Noemí regresa a su lugar de origen para recoger las migajas de la cosecha. Pudo haberlo tenido todo, pero no estuvo allí cuando Jehová visitó la tierra y les dio el pan. Hay un momento, un segundo en los tiempos divinos, donde el Señor te visitará con los planos completos de tu vida y tu ministerio. No te hablo del bautismo en el Espíritu Santo, sino de un toque de la presencia de Dios; y lo único que se te pide es que estés en el lugar correcto, a la hora indicada.